Cuando se habla del surf se habla de la magia y la adrenalina de coger una ola y levantarse sobre la tabla, sin embargo pocas veces se comenta lo que ocurre antes y después de eso.
Surfear es mucho más que coger olas y sentir la velocidad y la fluidez encima de la tabla. Surfear es mirar al horizonte, sentir la respiración, pasar horas bajo el sol, ver fauna marina a tus pies, observar el entorno, conectar con el mar y con uno mismo.
En muchos casos el surf empieza a primera hora de la mañana, madrugando y conduciendo hacia la playa más cercana. Esas horas de conducción en silencio, esos nervios previos y preguntarse “¿cómo estará el agua hoy?”. Continúa cuando nos peleamos con el neopreno y recogemos todos los bártulos para meternos en agua.
Estar horas y horas en el mar da para mucho. A veces sin darse uno cuenta, pasan 15 minutos y lo único que hemos hecho ha sido estar sentados en la tabla viendo el horizonte, y, sin saber por qué, ese tiempo ha pasado volando. A veces ves peces pasar debajo de ti, y a veces puede dar un poco de impresión pero poco a poco se pasa y logras sentirte uno más en ese medio. Es uno de esos maravillosos momentos en los que te sientes en paz.
Salir del agua, cansado y sentarse en la arena mirando al mar y a los que aún puedan estar buscando olas. Sentir la pequeña fatiga de tu cuerpo totalmente eclipsada por la euforia de las olas cogidas o todavía por coger.
Puedes estar feliz, triste, preocupado o agitado pero estés como estés, la práctica del surf te libera de cualquier estado mental logrando una paz interior absoluta.
También cambia la percepción del entorno, de la naturaleza, de las playas y el océano. Al haber conectado con estos medios y sentirte parte de ellos, surge en tu interior un amor y respeto indescriptible.
El surf va mucho más allá de coger olas, es una forma de vida que poco a poco te atrapa y te arropa.